Programa Nacional de Proyectos de Investigación Fundamental

Catalogación y estudio de las traducciones de los franciscanos españoles
Toponimia franciscana y traducción

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TOPONIMIA FRANCISCANA Y TRADUCCIÓN

Eleuterio Carracedo Arroyo (Universidad de Valladolid)

1. Introducción. El hombre ha tratado siempre de identificar, de dar nombre, a los lugares en los que vive y trabaja; y también desea saber qué significan esos nombres. La Toponimia, que investiga el origen y el significado de los nombres de lugar, se preocupa de esta parcela del ámbito de estudio de la Onomástica, que trata de la catalogación y análisis de los nombres propios.

Los nombres de un lugar poblado, de un paraje o de un río son consecuencia del deseo de designar, para individualizarlos e identificarlos, a los lugares en los que se vive, a las posesiones que se han conseguido, a las formas del terreno, a las aguas... Quienes en el pasado colonizaron nuevos territorios en tierras lejanas, con frecuencia, utilizaban su lengua para identificar a aquellos nuevos lugares. Los nuevos topónimos podían aludir a características de aquellos territorios, pero con frecuencia eran nombres ya utilizados en la Península Ibérica y otros muchos eran hagiotopónimos, es decir nombres relacionados con la religión. El santo del día en que se llegaba a un lugar o alguna fiesta religiosa importante próxima, santos, símbolos o devociones de la Orden religiosa que evangelizaba una zona determinada -en este caso los franciscanos- eran utilizados como topónimos.

Actualmente, puede comprobarse que se da nombre a nuevos lugares: barriadas de reciente construcción, urbanizaciones, casas de campo, polígonos industriales, parques empresariales… En ocasiones, el nombre de ese lugar recién urbanizado recoge el topónimo tradicional que refleja o reflejaba un aspecto de la realidad de ese paraje antes de ser transformado. Ahora, en estos procesos de retoponimización, sin embargo, es más frecuente dar un nuevo nombre idealizador, engrandecedor, de la nueva realidad que se está promocionando: Los pagos del Marqués, Bellavista, El Mirador del Tormes…

Las informaciones ofrecidas por los topónimos interesan a estudiosos e investigadores de diferentes campos del saber: lingüistas, geógrafos, historiadores, arqueólogos, biólogos, geólogos, botánicos… Y es así porque los nombres de lugar ofrecen una información mucho más rica y precisa de lo que a primera vista parece. La toponimia, en el ámbito geográfico de la Península Ibérica, por ejemplo, ayuda a los especialistas a resolver problemas como las inmigraciones, los asentamientos y la compleja distribución de los pueblos aborígenes que la habitaban antes de la colonización de Roma. En otros lugares alejados de la península, hasta los que llegaron los conquistadores y los religiosos españoles, se encuentran también, en mayor o menor número, topónimos en español. Así, en California, donde los franciscanos ejercieron su labor misionera, los topónimos en español que allí se localizan y, especialmente, el gran número de hagiotopónimos delatan esa presencia colonizadora y evangelizadora de los españoles y su extensión.


2. Toponimia franciscana. La amplitud de este epígrafe obliga a delimitar su extensión, en primer lugar, a una breve selección de nombres de parajes o de poblaciones de España y Portugal donde se localizan conventos franciscanos; en segundo lugar, a alguna de las denominaciones que en ese mismo espacio reciben las provincias franciscanas y, finalmente, a las misiones de California.

Estos topónimos pueden ser representativos por su significación religiosa, histórica, artística o en relación con la propia Orden. Otros permiten conocer una característica del lugar, generalmente la que llama o ha llamado más la atención y, quizá, no sería aventurado afirmar que, en determinados casos, dan ciertas pistas sobre los parajes preferidos por los franciscanos para asentarse en una población o en sus proximidades. Debe tenerse presente que en los estudios de toponimia no es extraño encontrar otros nombres, generalmente de parajes rechazados para vivir en ellos, que delatan lugares no aptos para poblarlos al ser perjudiciales para la salud de las personas por el frío, las corrientes de aire, exceso de humedad, las plagas… El convento de las dominicas en Málaga, de la calle de La Puente, fue abandonado porque sufría las crecidas del río Guadalmedina (Camacho Martínez, 1980: 45-49). En la Sierra Norte de Sevilla, Gordón Peral (1995: 259) cita microtopónimos en los que la imaginación popular ha dejado cierta advertencia: Arroyo Aciago, en Castillo de las Guardas; Tierras Malditas, en Almadén de la Plata; Arroyo del Mal Nombre, en El Pedroso.

Desde el punto de vista lingüístico, el análisis de nombres como Escornalbou y Belvís permitirá comprobar que estas voces se encuentran en más de una lengua peninsular: Escornalbou, en catalán; Escornalbois, en gallego y Escuernabueyes o Descuernabueyes, en castellano. Otros topónimos, tautológicos, son nombres compuestos y están formados con frecuencia por varios lexemas que pertenecen a lenguas distintas: Monasterio de La Rábida o El Viso del Alcor.

Algunos nombres de lugar permiten estudiar el fenómeno de la reinterpretación popular, entendido como interpretación, traducción, de una realidad a través de la toponimia. Así, ante un término cuyo significado ya es desconocido, porque generalmente procede de una lengua anterior, el hablante trata de relacionarlo con una voz que sí corresponde a la lengua hablada en esa comunidad para darle una explicación: esto puede haber ocurrido en Guadalupe y, posiblemente, en algunos nombres que comiencen por Bel- (Belmonte).

Los nombres relacionados con la naturaleza llevan a pensar si en más de una ocasión, el paisaje, la naturaleza, tan del gusto del fundador de la Orden (véase J. A. Merino, 2008: capítulos 1 y 2), habrá sido un condicionante favorable para elegir un emplazamiento en el que establecerse.

2.1. Escornalbou

El monasterio de San Miguel de Escornalbou está situado en el Campo de Tarragona, en la comarca del Baix Camp, cerca de Riudecañas (Riudecanyes). Es una construcción fortificada y situada en la cima de una montaña que fue zona limítrofe entre las tierras cristianas y las musulmanas. El lugar era también conocido con el topónimo "Saloquia" (voz árabe con el significado de ‘torre de vigía’), recogido en varios lugares catalanes por Joan Corominas (1997-VII: 24-25).

La primera documentación del lugar es de 1153, relacionada con los límites del castillo de Siurana. La primera noticia del castillo de Escornalbou no se encuentra hasta 1165, cuando fue donado por Alfonso I con la condición de que se construyera en la montaña una capilla dedicada a San Miguel y un monasterio para que sus religiosos se encargasen del cuidado de la capilla. En esta primera etapa fue ocupado por Canónigos de San Agustín de la catedral de Tarragona. En 1580 pasó a los franciscanos recoletos de Cataluña y desde 1686 hasta la Desamortización, en 1835, fue Convento de Misiones de Propaganda Fide con los franciscanos observantes (Martí Mayor, 1982: 293).

Escuerna y Descuerna son derivados verbales del latín CǑRNU ‘cuerno’ con los prefijos de y ex que, en romance, tienen el sentido privativo del prefijo IN-. Bous, Bueyes y Bois proceden del latín BOS, BǑVIS ‘buey’. Las formas catalana y gallega no han diptongado la ŏ breve tónica de CǑRNU. Es un topónimo compuesto que se encuentra también en gallego (Escornabois) y en castellano (Descuernabueyes). Su estructura es semejante además a la de Despeñaperros, Escuernavacas, Escuernacabras y Suellacabras, que semánticamente ofrecen la misma información. Están formados por dos términos unidos entre sí por la relación sintáctica entre un verbo (descornar-escornar, despeñar y desollar) en imperativo y un sustantivo complemento directo de ese verbo (Corominas, 1972-II: 92).

La significación de estos tres verbos supone ‘quitar o arrancar algo con fuerza o violencia’ y se aplican metafóricamente para indicar las consecuencias de una acción relacionada con la orografía escarpada de un paraje, que podría dar lugar a que a determinados animales les ocurriese lo que indica la acción de estos verbos, si se despeñasen.

Estas formas verbales se combinan con los sustantivos bueyes, cabras y vacas para formar topónimos relacionados con la configuración del terreno y designan lugares elevados y en ocasiones también escarpados que pueden suponer riesgo para las personas o animales que los transitan. Topónimos de estructura y significado semejantes se encuentran en otras zonas de la península como Despeñaperros en Oviedo y en Sierra Morena en la provincia de Jaén, Escuernavacas en la provincia de Salamanca, Escornabois en Orense o Descuernabueyes, Suellacabras y Escornacabras, en la de Soria.

Escornalbou, por lo tanto, es una metáfora oronímica que describe las características del terreno: un lugar elevado y de difícil acceso, escarpadoCoincide en castellano con otros de la misma estructura y presenta formas en tres romances peninsulares: catalán, castellano y gallego.

2.2. Monasterio de La Rábida

El Monasterio de La Rábida (Santa María de la Rábida) está situado en Palos de la Frontera (Huelva), en un lugar elevado desde el que se domina la confluencia de los ríos Odiel y Tinto. De estilo gótico-mudéjar fue construido en los siglos XIV-XV (Paliza y Pérez, 1855: 7-8 y 35-37). Vinculado al Nuevo Mundo pues en él se hospedó Cristóbal Colón años antes de su primer viaje a América y por él pasaron, al regreso de alguno de sus viajes, los conquistadores Hernán Cortés y Gonzalo de Sandoval (Paliza y Pérez, 1855: 7-8; 35-37 y Díaz del Castillo, 1796, IV: 369-370).

Aunque fray Francisco de Gonzaga, historiador franciscano del siglo XVI, determinó la fundación de La Rábida en 1261, la carta fundacional es una bula del Papa Benedicto XIII, de 7 de diciembre de 1412 (Ortega, 1914: 83). Con la Desamortización el monasterio quedó casi en la ruina. A partir de 1855 comenzó a ser restaurado y los franciscanos lo volvieron a ocupar en 1920.

La voz Rábida procede del árabe clásico ribāṭ a través del árabe de al-Ándalus rābiṭa que significaba edificio fortificado habitado por religiosos musulmanes. Forma parte del grupo de topónimos Rábida/Rápita/Rávita y en portugués Arrábida1, nombres de conventos militares dedicados en la dominación árabe a la defensa de fronteras (Asín Palacios, 1944: 130). Rábida (o La Rábida) y Rápita son voces recogidas, con este mismo significado, por el franciscano Diego de Guadix en su Recopilación de algunos nombres arábigos de 1593 (2005: 911)2. Por lo que, cuando el hablante expresa Monasterio de La Rábida se está produciendo una repetición del mismo significado (tautología) pero en dos lenguas diferentes: en romance castellano y en árabe, pues estamos diciendo El monasterio de El monasterio. Actualmente se le da la denominación de convento como puede verse en Directiones domoron ordinis fratrum minorum (1994: 196).

Este segundo topónimo estudiado es una forma tautológica, motivada porque el hablante desconoce el significado del topónimo y lo repone, en este caso con una voz romance que acompaña a la forma árabe.

2.3. Monasterio de Guadalupe

Situado en la localidad cacereña de Guadalupe, en la cara sur del monte de las Villuercas, recibe el nombre del río Guadalupe o Guadalupejo. La Orden de San Jerónimo tuvo a su cargo este monasterio desde 1389 hasta 1835. Tras varias décadas de abandono, en 1908, los franciscanos se hicieron cargo de él.

Guadalupe es un topónimo compuesto, un compuesto perfecto pues forma una sola palabra, que designa al río y a la villa extremeña de este nombre y es, además, advocación de la Virgen María, Patrona de Extremadura, que se venera en ese Real Monasterio.

Está formado por el árabe wādī, ‘río’, raíz hidronímica muy frecuente en la península que junto a otros topónimos árabes relacionados con el agua ̶ Alberca, Alhama, Aljibe, Jaraba, Alfaguara, Aín y sus derivados, Gibraleón ‘monte de las fuentes’… ̶ nos indica la importancia que ésta tenía para los árabes.

El segundo elemento del compuesto es más controvertido en su interpretación. Asín Palacios (1944: 110), al relacionarlo con la voz lobo, lo explicó como ‘río del lobo’. Así, Guadalupe sería un topónimo traducido porque en las provincias de Cáceres y de Soria se localiza el topónimo Río Lobos, que correspondería con el significado de Guadalupe.

Estaría formado por el arabismo wādī - ‘río’- y un término latino –lupe (con influencia mozárabe, probablemente), derivado de LUPUS; sería un ‘río del lobo’, teoría que entraña la dificultad de justificar por qué se ha mantenido la ‘-p-’ intervocálica y no se ha sonorizado como sucede en el apelativo ‘lobo’ (Castaño Fernández, 2004: 152).

Es un nombre de difícil interpretación ya desde época antigua, pues Diego de Guadix (2005: 673) lo explicaba en 1593 como ‘río de los altramuces’ y recogía también otra hipótesis de su época: ‘río de los osos3’. Señalaba que “Consta de guad, que, en arábigo, significa ‘río’, y de al, que significa ‘de los’, y de leub, que significa ‘atramuçes’; así que, todo junto, guadalleub significa el río de los atramuces, .i., una legumbre o suerte de habillas, a que llaman atramuces; y, corrompido, dizen Guadalupe”.

Sin embargo, la explicación que se propone actualmente es completamente distinta: la raíz lup, lupa, lupia da lugar a topónimos relacionados con un río, pero la imaginación popular los ha relacionado frecuentemente con un lobo. Este es el caso de Guadalupe, topónimo tautológico e híbrido del árabe wādī ‘río’ y de la voz lupe ‘río’ que pertenece al grupo mediterráneo occidental (Galmés, 1996: 22-23). Este topónimo, así planteado sería un nombre compuesto tautológico, en dos lenguas distintas pues está combinado con una voz árabe sinónima.



4. Belvís de Monroy

En este municipio de la provincia de Cáceres, fue fundado en 1509 el monasterio de San Francisco, situado a un kilómetro y medio de la población. Este convento fue uno de los primeros de la antigua Provincia de San Gabriel en Extremadura y estuvo vinculado con la reforma de los descalzos, a comienzos del siglo XVI.

La escritura de fundación del convento de Belvís está fechada en 1509, según consta en un manuscrito publicado por el P. Ángel Ortega (AIA, VIII, 1917: 19): “Santa María del Berrocal, Franciscos Descalzos, en término de la villa de Belvís, año 1509”. Al final del manuscrito consta: “Capitulaciones y acuerdo que se tomó cuando se pobló el monasterio de Belvís”. El concierto original se hizo, al tiempo que se pobló el convento, entre los señores Don Francisco de Monroy y Dª Francisca Henríquez su mujer, Condes de Deleitosa y Belvís, dueños de la villa, y los Reverendos Padres Fr. Antonio del Rincón, Fr. Martín de Valencia, Fr. Juan de las Garrovillas y Fray Diego de Villanueva.

Tras la Desamortización no volvió a ser ocupado y, hasta muy avanzado el siglo XX, lo único que quedaba de este convento eran unas ruinas. Recientemente, se han realizado diversas obras de restauración.

De este convento partieron los monjes franciscanos, conocidos como “Los doce apóstoles de México”, que en 1524 iniciaron la evangelización de México.

Es un topónimo muy frecuente en la península del que se encuentran formas en castellano y catalán: Belvís en La Coruña (municipios de Carral, Tordoya y Touro), en León y Ciudad Real; Belvís de la Jara en Toledo y Belvís de Jarama en Madrid sobre el cauce del río. Bellvís también en Lérida y en Santiago de Compostela. Aquí se encuentra el convento de clausura de Santa María de Belvís, en un paraje denominado con este mismo nombre (La Loma de Belvís) y situado en un otero4.

Para la documentación del topónimo Belvís de Monroy habría que remontarse a fechas tempranas, siglos XII – XIII, teniendo en cuenta que, según señala Castaño Fernández (2004: 62): “la «dehesa de Belvís» fue donada por Fernando III a caballeros placentinos y, años más tarde, fue Hernán Pérez del Bote quien recibió de Sancho IV privilegio para repoblar el Cortijo de Belvís.”. La forma catalana Bellvís fue registrada por Corominas (1994, II: 416-417) en Poble d’Urgell, desde el siglo XII (1165), como Belluis.

Belvís de Monroy es un topónimo compuesto del que aquí interesa especialmente el primer nombre, Belvís. El determinativo de Monroy se debe a los condes de Deleitosa y señores del castillo de Belvís, quienes donaron el solar a los frailes del Santo Evangelio y corrieron con los gastos de la edificación del convento (Ortega, AIA, VIII, 1917: 19 y Castaño Fernández, 2004: 63).

Belvís procedería del latín, de BELLUS VISUS. Quedaría explicado por apócope de la vocal final del primer elemento átono y la herencia mozárabe sería la responsable de la desaparición de la-U final de VISU(S). En cambio, Álvaro Galmés de Fuentes (1996: 26-27 y 2000: 90-91) señala que estos topónimos como Belver, Belvís, Belmunt o Belmonte incluyen la raíz celta BEL-, ‘brillante, claro,’ relativa a terrenos calizos.

El topónimo estudiado responde perfectamente a la idea de lugar elevado más que a la de terrenos calizos. No hay que descartar, sin embargo, la propuesta de Galmés para algunos de los nombres citados, en los que la asociación etimológica haría pensar en bello o bell, porque coincide con un lugar elevado, pues la voz celta BEL- ya no es un apelativo en la lengua.

La justificación de Galmés guarda relación con el convencimiento de que el concepto de belleza del paisaje es muy moderno y en la designación de lugares el campesino se fija en lo útil.

Es un topónimo compuesto en el que sus dos lexemas están unidos formando una sola palabra. Llama la atención en él que su primer lexema del compuesto sea un adjetivo. Este fenómeno, que no es muy frecuente, si suele ser común en estos topónimos propiciatorios con Bueno o Buena y Bella: Buenamadre, Bellavista.

Indica este topónimo5 la idea de ‘lugar elevado desde el que se divisa un amplio paisaje’ y la localización de esta población lo confirma. Esta significación relaciona al topónimo Belvís con otros lugares peninsulares. Es un hermano semántico de tantos nombres como Bellavista, Belver, los catalanes Bellver, Bellmunt o el italianismo Belvedere que alude a una ‘construcción ligera desde la que se contempla una hermosa vista’. Sin olvidar otros dos topónimos muy cercanos, semántica e incluso formalmente, Mirabel y El Viso6, que hacen referencia también a la buena perspectiva que ofrece el lugar.

Si se amplía aún más la relación semántica de Belvís, se alcanzaría a otros nombres de lugar que expresan la misma idea ya sea en castellano, portugués, mallorquín, catalán o gallego como Vistahermosa, el lugar fronterizo portugués Vilaformoso, Valbuena, Valbona, Balboa, Bembibre, Bellcaire, Bellpuig, Bellmunt, Bell-lloc, Bellreguard, Vistabella, Montehermoso, Torrehermosa, Valhermoso. A todos ellos se pueden sumar los topónimos relacionados con el gallego (bo), el vasco (on) o el catalán (bon) que señalan la sensación de un ‘lugar agradable en el que se vive bien o en el que llaman la atención los paisajes que desde allí se divisan’.

Estos nombres analizados hasta aquí no han sido decididos por los franciscanos. Todos estos parajes y lugares ya tenían su denominación, pero sirven como pista interesante sobre las condiciones que se le piden a un lugar para construir el convento, o habitar uno ya construido, y desarrollar allí su vida. No debe olvidarse, como ya ha quedado señalado, que hay nombres despreciativos que indican parajes no salubres: Madoz y también el Marqués de la Ensenada en sus Catastros suelen hacer referencia a las condiciones de salubridad de los lugares que citan. No es extraño que hayamos encontrado en diversos documentos la noticia de pueblos que han debido ser despoblados porque no eran sanos o conventos mal situados en parajes que perjudicaban seriamente la salud de sus habitantes. Tampoco es extraño encontrar riachuelos con nombres tan poco prometedores como Arroyo Matasanos.

3. Toponimia franciscana y traducción. Los franciscanos han desarrollado y desarrollan actualmente su actividad misionera, de norte a sur y de este a oeste, por numerosísimos rincones del planeta. Están presentes en ciento siete países (Directiones domorum Ordinis fratrum minorum, 2007: 7). Es necesario, por consiguiente, centrar este estudio en una zona concreta, aunque muchas conclusiones tendrán un alcance mucho más amplio. El espacio geográfico elegido será California, donde se desarrolló la actividad de Fray Junípero Serra, que dejó como fruto un importante número de misiones de las que muchas fueron el germen de importantes núcleos de población actuales.

Cuando los franciscanos salían a otros continentes para extender la fe cristiana o acompañaban a los colonizadores del Nuevo Mundo, utilizaban con cierta frecuencia los nombres aborígenes para nombrar sus asentamientos y misiones; pero también topónimos y antropónimos en español. Aprendían las lenguas de los pueblos aborígenes (Abad Pérez, 1992: 94-95), elaboraban vocabularios y obras gramaticales que les permitieran traducir y enseñar la doctrina cristiana.

Esta había sido la solución propuesta por los “Doce apóstoles de México”, los doce franciscanos que partieron de Belvís de Monroy para evangelizar el Nuevo Mundo: “el aprendizaje de las lenguas indígenas por convivencia constante con los indios” (Frago y Franco, 2003: 202-203).

En Archivo Ibero-Americano se encuentran con facilidad abundantes estudios sobre esta forma de actuar de los franciscanos. Los padres José Lerchundi, Sarrionadia, Sanjinés, Solana, Taradell y otros muchos elaboraron obras relacionadas con lenguas tan variadas y de lugares tan diferentes como la rifeña, la lengua tagala, la lengua bicol, la lengua maya o el español Caribe7. Hugh Thomas lo ha señalado repetidamente y lo recuerda en una reciente entrevista: “Los sermones de los dominicos deberían ser recordados en este siglo ignorante que tantas cosas olvida. Su labor y la de los franciscanos, que aprendían el idioma nativo y se convirtieron en grandes intérpretes y antropólogos, fue maravillosa” (XL Semanal, 14-20 de noviembre de 2010: 51).

Esta proximidad con los indios, con los pueblos aborígenes, provocada por los franciscanos para conseguir su evangelización “tuvo que favorecer el aprendizaje del español” (Moreno Fernández, 2008: 184), pero también fue el motivo de innumerables ataques que costaron muchas vidas de misioneros y de soldados que los acompañaban. Igual Úbeda (1958:72-73) sitúa a mediados de agosto de 1769 un asalto cruento de indígenas a la misión de San Diego que se reprodujo días más tarde, cuando el día 15 de agosto Fray Junípero fue atacado mientras celebraba misa. Hilton (1987:157) localiza en 1776 la reconstrucción de la misión de San Diego destruida por indios rebeldes.

Determinados nombres de lugar como Laredo, Sierra Nevada, Monterrey (Bahía de Monterrey) fueron trasplantados de la península al Nuevo Mundo. Los relacionados con la religión, hagiotopónimos, eran preferidos, si se tiene en cuenta su mayor difusión. A través de estos últimos nos aproximamos a la religiosidad franciscana, es decir a la vida religiosa de la Orden e incluso a su organización, pues recogen sus devociones, aspectos del culto y nombres de algunas provincias franciscanas de la península. Los nombres de los santos más cercanos a la Orden (San Francisco de Asís, Santa Clara, San Antonio de Padua, San Buenaventura…) serán frecuentes allí.

Estos nombres relacionados con la colonización darán lugar al fenómeno conocido como trasplante toponímico. Consiste en volver a utilizar, en una nueva realidad, en un territorio recién colonizado o conquistado, un topónimo ya conocido. Este calco toponímico puede ocurrir porque en ese nuevo espacio se repiten los rasgos físicos que habían dado lugar al topónimo originario. Sin embargo, con frecuencia está ligado a fenómenos de colonización en la que se emplean nombres de la cultura de origen.

La presencia de los españoles en América supuso la extensión de la lengua castellana por amplias zonas del Nuevo Mundo, y esto conlleva la difusión allí de topónimos que fueron llevados desde la Península Ibérica por los colonizadores o por los religiosos. Unos, los conquistadores, pretendían extender los dominios de España y su modelo de sociedad a aquellas tierras y otros, los religiosos, extender la religión católica. Esto se reflejará en la toponimia de los nuevos territorios.

En California y sus zonas próximas fue importante la presencia franciscana. Allí, en el siglo XVIII, desarrolló su actividad evangelizadora Fray Junípero Serra. Fundó con nombre en español, nueve8 misiones y dejó abierto el camino para que después de su muerte fueran creadas hasta veintiuna (Abad Pérez, 1992: 184).

La toponimia del territorio sudoeste de Estados Unidos es predominantemente española. Estados, ciudades, ríos, montañas llevan nombres españoles: Río Colorado, Río Grande, Gran Lago Salado, Falla de San Andrés, Valle de la Muerte, Sacramento, San Francisco, San José, Santa María, Los Ángeles, San Bernardino… To­dos estos lugares fueron absorbidos posteriormente por la política expansionista des­arrollada por los Estados Unidos a comienzos del siglo XIX. Allí se han conservado en el tiempo frecuentes nombres en español, incluso en zonas en las que se habla la lengua inglesa. En California estos topónimos se han mantenido, no han sido traducidos, pero sí han sufrido fenómenos de adaptación fonética que han acercado su pronunciación a la inglesa. Los nombres españoles mantendrán su forma escrita, pero la pronunciación se aproximará y adaptará a la fonética inglesa como ocurre, por ejemplo, con San Diego que es [ˌsæn.di'ei.goυ]. Esta situación refleja lo que Penny (2004: 214) señala: “una curiosidad histórica que diferencia el mundo hispanohablante del anglohablante es que, en el nivel de la pronunciación, en el español es el sistema consonántico el que explica la gran mayoría de los casos de variación, mientras que en el inglés la variación se centra en la pronunciación de las vocales”.

Aunque en algunos momentos del siglo XIX el español tuviera menos intensidad en California, los topónimos españoles se mantienen, a pesar de que “la fiebre del oro, en el siglo XIX, dejó al español que habían llevado los españoles en un estado de debilidad al borde de la desaparición” (Moreno Fernández, 2008: 185).

Ya queda señalado que las misiones franciscanas en California, fundadas por Fray Junípero, llevan todas como nombre un hagiotopónimo, es decir un nombre relacionado con la religión. Las fundadas por Fray Junípero Serra fueron: San Diego, San Carlos Borromeo en Monterrey, San Antonio, San Gabriel, San Luis Obispo, San Francisco, San Juan Capistrano, Santa Clara y San Buenaventura. Después de su muerte los franciscanos continuaron su expansión por la alta California de modo que cuando nace la República de México ya eran veintiuna. De aquellas misiones, “su lugar en la actualidad está ocupado por prósperas ciudades de los Estados Unidos, donde aún es posible ver las realizaciones misionales de su fundador…” (Anta, 1988: 18).

No todos estos topónimos pueden ser atribuidos a los franciscanos. Alguno es el nombre que recuerda la fecha o la solemnidad más cercana al avistamiento o a la arribada a esas costas de los conquistadores españoles o también, como Monterrey, el nombre que se pone a un lugar para homenajear a alguna persona.

Estas misiones se conservan en su mayor parte, más o menos restauradas o reedificadas tras el paso del tiempo o, en otros casos, tras fuertes terremotos, y mantienen con la ciudad de su mismo nombre el topónimo español aunque no el nombre común misión ya traducido al inglés: Mission San Gabriel Arcángel, en San Gabriel o Mission San Luis Obispo, en San Luis Obispo. Fray Junípero fue eligiendo lugares equidistantes para establecer sus misiones. Algunas fueron trasladadas a lugares cercanos con terrenos más fértiles y con más agua: San Diego y San Carlos de Monterrey. Los Ángeles nació como misión auxiliar de San Gabriel y después tuvo un mayor desarrollo. San Juan Capistrano, misión intermedia entre las misiones de San Diego de Alcalá y San Gabriel Arcángel, es el edificio más antiguo en uso de California (Abad Pérez, 1992: 169-173).

3.1. San Diego, actualmente también nombre de una ciudad y de un condado, fue la primera misión fundada por Fray Junípero, quien ofició la primera misa de esta misión en el mes de julio de 1769. El topónimo se refiere a San Diego de Alcalá, monje franciscano y apóstol de las islas Canarias donde fue misionero. Vivió entre 1400 y 1463 y fue canonizado por Sixto V en 1588. Lope de Vega escribió San Diego de Alcalá, comedia en verso sobre la vida del santo, en la que cuenta la curación, considerada milagrosa, del príncipe Carlos, hijo de Felipe II.

Diego procede de la aféresis de Santiago > tiago, cuya sonorización de t- inicial ha dado lugar a Diago, variante de Diego, quizá atraído por el griego διδαχός, ‘instruido’, pues en los documentos de la baja Edad Media se latinizaba como Didacus o Didachus. Por analogía popular, se interpreta erróneamente el nombre Santiago como Tiago, en lugar de Yago o Iago, al separar el término hagionímico San. Es un nombre de persona, nombre masculino, del que Díez-Melcón, (1957: 105) señala que fue muy utilizado en la Edad Media española.

3.2. Monterrey. Misión de San Carlos de Monterrey, fundada en el límite norte de California, en junio de 1770. Abad Pérez (1992: 164) reproduce un pequeño texto de Fray Junípero Serra, alusivo a la fundación de la Misión de San Carlos de Monterrey:

“Me fue de mucho consuelo, cuando el día de Pentecostés, juntos todos los oficiales de mar y tierra y toda la gente…, canté la misa primera que se sepa haberse celebrado acá desde entonces…” (Abad Pérez, 1992: 164).

El nombre de la misión incluye el hagiónimo San Carlos que se referirá a San Carlos Borromeo, cardenal italiano que vivió durante el siglo XVI. Monterrey, nombre del condado y de la ciudad, procede del de la bahía de Monterrey que fue nombrada por Sebastián Vizcaíno en 1602, en honor de Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey, virrey de Nueva España (Abad Pérez, 1992: 156, 164).

El topónimo Monterrey, que se localiza en la Península Ibérica en municipios de las provincias de Orense y Oviedo, es un nombre compuesto formado por los sustantivos monte (< latín montem, ‘monte, montaña’) y rey (<latín regem, ‘rey’). Este segundo sustantivo es un determinativo, complementa al primero e indica posesión; en este caso, que el lugar perteneció al rey.

3.3. San Antonio. La misión franciscana de San Antonio, en California, se conserva restaurada y recibe el nombre de San Antonio de Padua, santo franciscano nacido en Lisboa que ante todo fue un predicador, un gran orador que predicaba la pobreza y la penitencia. Asistió en Asís al concilio general de la Orden y al traslado de las reliquias de San Francisco. Pasó los dos últimos años de su vida en Padua, donde murió en 1231 (Duchet-Suchaux y Pastoureau, 1996: 28, y Gutierre Tibón (1994: 31-32).

El nombre Antonio procede del latín Antonius, que se refiere a una antigua gens romana. De probable origen etrusco. Kajanto (1965: 36, 140 y 161) lo ha documentado en la Roma imperial y ha señalado otros derivados como Antonianus, Antoniana, Antoninus, Antonina…

3.4. San Gabriel. El nombre de esta misión, que coincide con el de la antigua provincia franciscana del mismo nombre en Extremadura, se refiere a San Gabriel, personaje bíblico, arcángel que intervino en el misterio de la Anunciación de la Virgen María. Procede del nombre latino cristiano Gabriel, adaptación del hebreo Gabrî’El que significa ‘hombre de Dios’ u ‘hombre en el que Dios confía’.

El origen de la ciudad de Los Ángeles está relacionado con la misión de San Gabriel que creó otra misión asistente en el lugar vecino de Los Ángeles (Igual Úbeda, (1958:127).

3.5. San Luis Obispo. Misión situada al sur de San Antonio, en la costa de California. Actualmente se conserva y mantiene su actividad como Mission San Luis Obispo, en la ciudad que ha recibido el mismo nombre.

Luis de Anjou-Sicilia era hijo de Carlos II de Anjou, rey de Nápoles, Sicilia, Jerusalén y Hungría. Por su deseo de recibir las sagradas órdenes, renunció a la corona de Nápoles a favor de su hermano Roberto. Profesó en la Orden de San Francisco con la intención de vivir dedicado a la oración, pero el papa Bonifacio VIII lo designó para ocupar el obispado de Toulouse. Allí continuó con una vida austera de ayunos, disciplinas, dedicada a la predicación diaria que se veía acompañada de prodigios que curaban a enfermos (Faure, 2002: 537)

El antropónimo castellano Luis procede del francés antiguo Looïs (francés moderno, Louis) y éste del nombre propio germánico de tradición merovingia *Hludwig, latinizado en Clodovicus y más tarde en Ludovicus. (Faure, 2002: 537-538). Este nombre se popularizó en España por San Luis, el rey de Francia Luis IX, pariente de San Luis Obispo, quien murió, precisamente, durante el viaje que hacía a Roma para presenciar los actos de canonización del rey de Francia.

3.6. San Francisco. Ciudad y condado en el estado de California (city and county of San Francisco). Es también el nombre que recibe la bahía en la que está situada la ciudad de San Francisco. En 1775 los navegantes españoles habían explorado las posibilidades de esta bahía. Los informes favorables del capitán del San Carlos, don Juan Manuel de Ayala, dieron paso a las expediciones. Al año siguiente los exploradores ya habían llegado al lugar señalado. Los franciscanos Francisco Palou y Pedro Cambón celebrarán la primera misa y fundarán la misión que hoy conocemos como de San Francisco de Asís (Palou, 1988: 224-228).

La difusión universal de este nombre se debe al santo de Asís, San Francisco de Asís. Entre los demás santos de este nombre, los más conocidos son: San Francisco Javier, apóstol de las Indias; San Francisco de Paula, franciscano italiano, fundador de la Orden de los Mínimos y San Francisco de Borja, tercer general de los Jesuitas (Gutierre Tibón, 1994: 106).

El nombre proviene del antiguo italiano, Francesco, ‘francés’. Utilizado origina­riamente como apodo para indicar el afecto que sentía por Francia la persona a la que se refería el apodo, o también para señalar su afición a la lengua y a las letras francesas. El uso de este nombre ya se documenta en Umbría y en otras partes de Italia en los siglos XI y XII.

3.7. San Juan Capistrano. Fundada por Fray Junípero Serra, en 1776, como misión intermedia entre las de San Diego de Alcalá y San Gabriel Arcángel. De esta forma iba realizando su propósito de que la costa californiana quedara poblada de misiones que deberían estar unas de las otras a una distancia similar.

Juan procede del nombre propio bíblico yõjanan, que pasó al griego con la forma Ἰωάννης y al latín como ioannes o iohannes. Yõjanan, ‘Dios ha perdonado’ o ‘Dios es misericordioso’, es un compuesto del hebreo yehõ, abreviatura de Yahvé, ‘Dios’, cuando entra en composición al inicio del nombre personal, y janan, ‘ha perdonado’, derivado del verbo j-n-n, ‘perdonar, ser misericordioso’ (García de la Fuente, 1992: 213-214 y Faure, 2002: 490).

Capistrano es un topónimo que indica el lugar de origen de este santo franciscano. Era de la localidad de Capestrano, situada en la provincia de L’Aquila, en los Abruzzos (Italia). Este topónimo procede, probablemente, del latín caput trium amnium, es decir, el origen de tres ríos. Se refiere al santo predicador de la Orden franciscana que ocupó dos veces el cargo de vicario general de la observancia, emprendió la reforma de muchos monasterios y contó con la confianza de cuatro papas: Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III (Martín Artajo, 1959: 695-705).

3.8. Santa Clara, misión franciscana fundada en el límite norte de California, en mayo del año 1777, por Fray Junípero Serra. Abad Pérez (1992: 175-176) reproduce un pequeño texto de Fray Junípero Serra, alusivo a la fundación de Santa Clara:

“He pensado que se llame de Santa Clara, supuesto que para esta advocación hay…”

Como nombre de persona, Clara indicaría las cualidades de ‘ilustre, brillante o famoso’. Es nombre de varias santas y especialmente conocida es Santa Clara de Asís, fundadora de la Orden de las clarisas (siglo XIII). Hija de una familia ilustre, decidió consagrarse a Dios. Recibió de manos de San Francisco el hábito franciscano y más tarde “La forma de vida”. Inocencio III le otorga el “Privilegio de pobreza”. Dedicará su vida a la creación de la Orden y, en 1255, dos años más tarde de su muerte será canonizada por el Papa Alejandro IV9.

El antropónimo Clara procede del nombre propio latino Clarus / Clara que Kajanto (1965: 71, 72, 73, 278) ha documentado como cognomen desde la época repu­blicana. Su origen estaría en adjetivo clarus, -a, -um ‘claro, brillante’, aplicado origi­nariamente a la voz y a los sonidos (clara vox), después a las sensaciones visuales (clara lux), y a las cosas del espíritu (clara consilia, exempla). Referido a los indivi­duos sería ‘ilustre, brillante y famoso’ (Ernout-Meillet, 1967:125).

3.9. San Buenaventura. El Padre Junípero Serra fundó en 1782 esta misión que fue llamada con el nombre de San Buenaventura, el doctor seráfico, que fue un religioso y teólogo toscano del siglo XIII. Llegó a superior general de los franciscanos, obispo de Albano y amigo de Santo Tomás de Aquino.

Buenaventura es un nombre de buen agüero, como Bienvenido, Fortunio, Próspero, Félix o Felicidad. Este antropónimo masculino es una forma compuesta formada con el femenino del latín BǑNUS ‘bueno’ y VENTURA, ‘felicidad, dicha’, plural del latín VENTURUM, ‘lo que está por venir’, de VENIO, ‘venir’ (Faure, 2002: 180-181 y Gutierre Tibón, 1994: 54 y 237).

Los nombres, los topónimos de las fundaciones franciscanas de Fray Junípero, mantienen su forma castellana, pero cuando son pronunciados por angloparlantes de Estados Unidos se adaptan a su fonética. Así San Diego es [ˌsæn.di'ei.goυ]; San Antonio, [ˌsæn.æn'toυ.ni.oυ]; San Gabriel, [ˌsæn.'gei.bri.ǝl]; San Luis Obispo, [ˌsæn.'luː.is] y puede también presentar la forma reducida a siglas SLO. San Francisco es pronunciado en inglés de Estados Unidos como [ˌsæn.frǝn'sis.koυ] o [ˌsæn.fræn'sis.koυ] (Jones, 1997: sv).

Santa Clara es [ˌsæn.t̬ǝ'kler.ǝ] o [ˌsæn.t̬ǝ'klaer.ǝ] y San Buenaventura ha conservado el topónimo en castellano reducido a la forma Ventura que es pronunciado como [ven.'tur.ǝ]. Monterrey por un proceso de adaptación fonética que ha reducido la │r̄| vibrante múltiple10 es Monterey, pronunciado como [ˌmɑːn.t̬ǝ'rei] (Jones, 1997: sv).

Estos nombres de lugar españoles, escritos en español, correspondientes originariamente a las misiones franciscanas en California, muestran, junto a su adaptación a la fonética del inglés un rasgo característico del español de América, el seseo. El fonema /θ/, la interdental fricativa sorda del castellano, no existe ni en el español de América ni en zonas del andaluz, puesto que es sustituido por [s], correspondiente al fonema /s/. En estas zonas, se articula como [s] lo que es representado ortográficamente como s, z, y c seguida de e, o seguida de i. Puede observarse en San Francisco [ˌsæn.fræn'sis.koυ] (Jones, 1997: sv)

Los rasgos que acreditan la influencia absoluta de la fonética inglesa en la pronunciación de estos nombres son numerosos. Así, presentan más de un acento en las palabras de tres o más sílabas, mientras que en español las palabras tienen solamente una sílaba tónica y el resto son átonas, excepto los adverbios terminados en –mente. San Francisco, San Diego o San Antonio, por ejemplo, presentan un acento primario o grave, que en la transcripción se recoge como [ ' ] y otro secundario o débil, en la transcripción [ˌ ].

En la transcripción de varios topónimos como Santa Clara ['sæn.t̬ǝ kler.ǝ], Ventura [ven.'tur.ǝ] o San Francisco [ˌsæn.frǝn'sis.koυ], puede comprobarse la presencia de una schwa [ǝ], un sonido vocálico neutro que indica la alteración del timbre de las vocales átonas en inglés, circunstancia que no ocurre en español, lengua en la que el timbre de las vocales átonas se mantiene nítido y les permite conservar su valor distintivo.

En español las vocales consideradas individualmente son todas breves, mientras que en el sistema fonético de la lengua inglesa conviven vocales breves, en sílabas átonas, y vocales largas, en tónicas. La transcripción de San Luis, [ˌsæn.'luː.is] identifica la vocal tónica como larga, mediante el signo [ː] y la [i] átona, corta. Las vocales acentuadas de [ˌsæn.di'ei.goυ] y [ˌsæn. æn'toυ.ni.oυ] al alargarse han formado cada una un diptongo. Estos dos topónimos y San Francisco [ˌsæn.fræn'sis.koυ] ofrecen también una pronunciación alargada en [ou] de la vocal final, lo que ha originado un diptongo.

Esta breve selección de particularidades, relacionadas unas con los rasgos suprasegmentales y otras con el sistema vocálico, permite justificar la afirmación de que los topónimos de las fundaciones franciscanas en California se han adaptado a la fonética del inglés de Estados Unidos. Afirmación que se puede corroborar con la observación y explicación de algunos rasgos del sistema consonántico.

La pronunciación de Ventura [ven.'tur.ǝ] presenta el sonido [v] que corresponde al fonema inglés /v/, labiodental fricativo sonoro. Este fonema no existe en español que dispone del fonema /b/, bilabial oclusivo sonoro. La v en español es solamente una grafía de este fonema, que se representa con las letras b y v, y dispone de dos alófonos: [b] en inicial absoluta, después de m, n y, en algunos casos, tras l. En el resto de las posiciones se utiliza el alófono fricativo [ß].

Los fonemas /t/ y /d/ en inglés son alveolares y no dentales, como en español. San Diego [ˌsæn.di'ei.goυ] ofrece el alófono [d], del fonema alveolar oclusivo sonoro /d/, igual que San Antonio [ˌsæn. æn'toυ.ni.oυ], el alófono [t] alveolar oclusivo sordo. El alófono aspirado [th] podría presentarse en Ventura al estar localizado en posición inicial de sílaba tónica.

San Gabriel ofrece la pronunciación del nombre propio Gabriel que también es utilizado en inglés. En este hagiotopónimo, el fonema /l/ en posición final tiene articulación de [ƚ] en posición postalveolar que es oscura y diferente a la alveolar del fonema /l/ español.

Finalmente, en Monterrey [ˌmɑːn.t̬ǝ'rei] se ha reducido la │r̄| vibrante múltiple para adaptarse a la articulación retrofleja del fonema /r/ inglés que no es exactamente ni la vibrante simple ni la múltiple del español.


Estos territorios evangelizados por los franciscanos se encuentran entre los principales núcleos de habla española en los Estados Unidos, según señala Canfield, (1988: 63), son “los territorios fronterizos desde California hasta Texas” además del “norte de Nuevo México/sur de Colorado, (…) la península de La Florida, la ciudad de Nueva York y otras grandes ciudades en el noroeste y en la región del Midwest”.

Frago y Franco (2003: 197-206 y 209-211) recogen las disposiciones de la Corona española relacionadas con el tratamiento lingüístico de los nuevos territorios. En determinados épocas se estableció la obligatoriedad de que unas veces los jóvenes, otras las autoridades locales aprendieran español. Los franciscanos, como ya queda señalado, se acercaron a las lenguas aborígenes y elaboraron estudios lingüísticos que les permitieran aprender las lenguas autóctonas para evangelizar a los pobladores de los terrenos conquistados.

La valoración sobre el futuro del español realizada en los últimos años (Moreno Fernández, 2008: 221) está influida por los movimientos migratorios que desde México y los países de Centroamérica llevan a la combinación del español histórico del sur y suroeste con el que traen esos inmigrantes y que se relacionará con el inglés formando situaciones de contacto de lenguas, en las que las hablas patrimoniales se combinarán unas veces con el inglés y en otras serán sustituidas por él.

De cuanto se ha señalado, es preciso destacar que en California se localiza una toponimia en español relacionada, por una parte, con la presencia de los colonizadores españoles y de los franciscanos y, por otra, con la difusión del español en la zona suroeste de los Estados Unidos. Convive con la lengua inglesa y recibe ciertas influencias ya señaladas, aunque no ha llegado a ser traducida. A estos topónimos y a otros referidos a la geografía física (Río Colorado, Sierra Nevada, Río San Antonio, Falla de San Andrés…) no ha alcanzado la traducción al inglés, lengua mayoritaria de los Estados Unidos. En cambio, la traducción sí ha llegado a los nombres comunes estado, ciudad, misión, río… con los que son designados. Así es frecuente escuchar y ver escrito state of California, Colorado river, Santa Clara county, city of San Jose…, frente a Sierra Nevada que conserva en español sierra como parte del topónimo compuesto.

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1 Rábita, en Alicante; Rápita, en Barcelona, Lérida, Mallorca, Tarragona, Valencia; Arrábida, en Porto, Lisboa, Beja y La Rábida en Huelva (Francisco Marsá, “Toponimia de reconquista”, ELH, I, Mádrid, 1960, pp. 627-628).

2 “Rábida o La Rábida. Es en España el nombre de un convencto de frayles de mi sagrada religión, qu’está en el arzobispado de Siuilla, .i., hazia la parte a que llaman condado de Niebla. Es rabita, que, en arábigo, significa hermita, .i. heremitorium; y, corrompido, dizen Rábida. Paréceme que debría [sic] de aver en aquel sitio o lugar alguna hermita o hermitaño moro, pues los árabes llamaron así a aquel sitio o lugar”.

“Rábita. Es en España pueblo, .i., en el reyno de Portogal, cerca de Setúbal. Este nombre, sin quitarle ni ponerle letra alguna, significa, en arábigo, hermita, .i. oratorio o estancia de hermitaño” (Diego de Guadix, 2005: 911).

3“Arábigos a auido cuyo parecer a sido qu’este nombre consta de guad que, como queda dicho, significa río, y de –al, que significa del, y de dub, que significa oso; así que, todo junto, gudaldub significa el río del oso…”, Diego de Guadix (2005: 673-674).

4 Fundado a comienzos del siglo XIV, Este convento, perteneciente a las dominicas, tiene la particularidad de poseer dos templos:

http://www.santiagoturismo.com/rutaconventos/ruta.asp?ruta=belvis# 10-09-10; 23:30.

5 Microtopónimo y macrotopónimo porque en unos casos es el nombre de una población y en otros de diversos parajes.

6 El Viso del Marqués, en Ciudad Real, El Viso de San Juan en Toledo, El Viso en Albacete, El Viso en Córdoba, Viso del Alcor en Sevilla.

7 Padre Pedro Hilarión Sarrionandía: “Gramática de la lengua rifeña”…; P. Fr. Fernando M. Sanjinés, “Manual de Aimará de la Doctrina Cristiana”. AIA, 1933; Fray Domingo de los Santos, “Vocabulario de la lengua Tagala. Primera y segunda parte.” AIA, 1932; Fray Andrés de San Agustín, “Arte de la Lengua Bicol, para la Enseñanza de este idioma en la provincia de Camarines…” AIA, 1932; Fray Alonso Solana, “Vocabulario”, muy copioso en lengua española y maya de Yucatán, Mérida, 1580. AIA, 1919: 388.; Fray Martín Taradell, “Vocabulario español-caribe” por el Padre Fray M. Taradell, capuchino de las Misiones de Guayana, AIA, 1919: 389; Francisco Tavolini, “Reglas para aprender a hablar la lengua Mocovita que usan mucha parte de los indios del Chaco por el norte de Santa Fe”, AIA, 191, p. 389. Más ejemplos en AIA, 1919.

8 Francisco Palou (1988: 105-107) señala la fundación de una misión anterior, dedicada a San Fer­nando, que posteriormente fue entregada a los dominicos.

10 Sería un ejemplo de interferencia entre sistemas fonológicos, puede verse explicado con ejemplos de lenguas romances en Marius Sala, Lenguas en contacto, Gredos, Madrid, 1998, pp. 96-97.

Este trabajo se realiza en el marco del Proyecto FFI2008-00719/FILO, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (2009-2011).

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